SOBRE LOS PREMIOS MEDALLA DE
EXTREMADURA
En el año
1986 se instituyeron los Premios de la Medalla de Extremadura para resaltar lo
que muchas personas e instituciones hicieron y hacen bien en sus oficios,
privados y públicos destacando por sus méritos o en beneficio de la comunidad
desde diferentes ámbitos: culturales, sociales, políticos, económicos, etc.
Pero con
el tiempo tienden a convertirse en algo
rutinario, en algo acostumbrado llevados por la inercia de su propia creación a
los que hay que dar fehaciente cumplimiento sin importar los fines originarios
de su creación. No importa a quién o quienes se les otorgue sólo importa el
hecho de concederlos. Nada de reflexión. Y valdrá cualquier justificación que
provenga de intereses partidarios para dar el beneplácito oficial a su
concesión. Todo menos declararlos desiertos o incompletos a riesgo de caer en
la mediocridad más patente y ominosa.
En las ediciones que van, es fácil deducir que son varios los que sobran en su concesión y muchos más los que no están entre los que lo merecen (léase este año el escritor placentino Gonzalo Hidalgo para el que se había pedido su concesión); no cabe duda de que si las concesiones se hicieran de una manera más reflexiva y estudiada, los resultados serían hoy día más ecuánimes, más ponderados, más justos. Todo ello en aras de la consecución de los fines para los que fueron creados.
En las ediciones que van, es fácil deducir que son varios los que sobran en su concesión y muchos más los que no están entre los que lo merecen (léase este año el escritor placentino Gonzalo Hidalgo para el que se había pedido su concesión); no cabe duda de que si las concesiones se hicieran de una manera más reflexiva y estudiada, los resultados serían hoy día más ecuánimes, más ponderados, más justos. Todo ello en aras de la consecución de los fines para los que fueron creados.
Estos premios son el referente de la
ostentación de una práctica poco prudente y nada pudorosa de los políticos de
turno, de las comisiones que los otorgan y del presidente de turno de la
Comunidad que los sanciona en último término. Son celebraciones que más que
ensalzar los supuestos méritos de los premiados, tienden a convertirlos en
farisaico boato y exhibición de impostada probidad.
Por
ello, me permito sugerir que se refrenen las aprobaciones y se reflexione más
sobre todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir en sus
concesiones y celebraciones y ahóndese en los fundamentos objetivos que deben
llevar a su beneplácito aún a riesgo de no encontrar, en un momento
determinado, a nadie que pueda ser merecedor de tal distinción.
©
Antogar 17
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