Finales de septiembre; el sol cálido y
tórrido de los largos veranos se va vaciando, está ya herido por los aguijones
del otoño. Se ha convertido en tul, dejando la ruana soporífera y agobiante con
que cubría todo. Ahora a pleno día – veranillo de San Miguel- quiera enseñar
sus uñas de dura lumbre y arañar el incipiente rostro núbil de principios de otoño.
Ya las mañanas se vuelven mágicas; la abulia,
la desidia, la tristeza, la rutina,… puede hacer acto de presencia. El rocío
mañanero inunda los incipientes campos verdes, los verdes olivares ofrecen su
apretada cosecha clamando su ordeño. “por el olivar venían, bronce y sueño, los
gitanos” según Lorca. Tiempo de recogida de este fruto. Canta la copla:
Los ojos de mi
morena
ni son chicos ni
son grandes
son como
aceitunas negras
de olivares
gordales
Recuerdo en mi
niñez las cuadrillas de mujeres- las aceituneras, reventadas de sabañones-
salían al campo en madrugadas de fría niebla o sol y con las manos ateridas de
frío a coger las aceitunas- negra parva - en los surcos de la helada tierra,
después del vareo de los sufridos olivos. “Andaluces de Jaén, aceituneros
altivos…” canta el poeta.
A la hora de la
comida:
mi pan con tocino
añejo;
sobre el pan
aceite de oliva
Se va el recuerdo
a esa sufrida época, huele el tiempo a almazara, al primer aceite, a estrujón; la
aceituna era dinero y sobre todo era alimento. Humilde y generosa en la mesa al
olor y sabor del vino y del pan. Hasta se podía sobrevivir con pan, vino y
aceitunas. Buenos compañeros.
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