lunes, septiembre 22, 2014

VOLVER A GREDOS



Volver a Gredos, a la montaña más impresionante que existe, es sobrecogerse nuevamente ante la belleza y la paz (aunque últimamente el camino hacia la Laguna Grande se ha convertido en un peregrinar y donde nunca estás solo) de sus desnudas cumbres, tal es su maravilla. El camino se hace duro hasta alcanzar los Barrerones y divisar el circo y la Laguna. Pero la vista merece la pena. El duro y agreste terreno de placas y hercúleos bloques graníticos diseñan un paisaje que estremece. Se ensancha el alma y se sosiega el espíritu con su contemplación. En Gredos todo es grande, todo es deleite, azul, viento, nieve, admiración, delirio… En Gredos todo es la luz y el agua que descansan en sus piedras: amarillentas, verdosas, grises y blanquecinas de nieve como espuma de ola embravecida. Gredos es influjo e inspiración de poetas, como Unamuno, gran cantor de Gredos. Poesía penetrante, desnuda, espiritual…
No, no es Gredos aquella cordillera;
son nubes del confín, nubes de paso
que de oro viste el sol desde el ocaso;
sobre la mar, no roca: bruma huera.

El Circo de Gredos apasiona. En su fondo la profunda Laguna Grande derrama su cola verde que resbala en una corriente dando salida a su cristalina y fría agua. Preside el espectáculo el imponente y sublime Pico o Plaza del moro Almanzor, nombre del caudillo musulmán que se hizo fuerte en estas sierras, y objetivo de los numerosos montañeros que recorren estos parajes. En su entorno se erigen también las afiladas agujas o cumbres que configuran el Circo. Todo un paisaje modelado por el hielo de los glaciares que estuvieron presentes aquí hace miles de años hasta perfilar lo que ahora se contempla. Gredos, corazón pétreo de España, como lo definiera Unamuno,  majestuoso, alma del montañismo, que también se ha cobrado su tributo. La montaña es belleza y traición. Gredos, con sus nevadas cumbres, su rigor invernal gran parte del año, estremece y excita a la vez. Esos picachos que se recortan y elevan en el azul del cielo como plegarias de frío y fuego o envueltos en algodones sucios que gritan la cólera de Dios o traspasan las brumas que bajan al fondo del glacial como suave manto difuminado, fascinan a los hombres como las leyendas que sobre estas montañas se cuentan, tierras habitadas por monstruos y seres malignos según  la superstición.
Gozando de esta visión, vuelvo los ojos hacia el camino ya recorrido y encamino mis pasos hacia el punto de partida, descendiendo entre piornos, piedras graníticas y pastos cervunos.
Atrás queda la realidad del lugar, conmigo baja la imagen gravada a fuego de la misma y el pensamiento de si será la última vez que vuelva. De todas formas sólo Dios tiene la respuesta.
Con el poeta canto:
“ Si quieres saber qué es bueno
y pasar la pena negra,
vete a los montes de Gredos
y lleva poca merienda.”

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