Volver a Gredos, a la montaña más
impresionante que existe, es sobrecogerse nuevamente ante la belleza y la paz (aunque
últimamente el camino hacia la Laguna Grande se ha convertido en un peregrinar
y donde nunca estás solo) de sus desnudas cumbres, tal es su maravilla. El
camino se hace duro hasta alcanzar los Barrerones y divisar el circo y la
Laguna. Pero la vista merece la pena. El duro y agreste terreno de placas y
hercúleos bloques graníticos diseñan un paisaje que estremece. Se ensancha el
alma y se sosiega el espíritu con su contemplación. En Gredos todo
es grande, todo es deleite, azul, viento, nieve, admiración, delirio… En Gredos
todo es la luz y el agua que descansan en sus piedras: amarillentas, verdosas,
grises y blanquecinas de nieve como espuma de ola embravecida. Gredos es influjo
e inspiración de poetas, como Unamuno, gran cantor de Gredos. Poesía penetrante,
desnuda, espiritual…
No, no es
Gredos aquella cordillera;
son nubes
del confín, nubes de paso
que de oro
viste el sol desde el ocaso;
sobre la
mar, no roca: bruma huera.
El Circo de Gredos apasiona. En su fondo la
profunda Laguna Grande derrama su cola verde que resbala en una corriente dando
salida a su cristalina y fría agua. Preside el espectáculo el imponente y
sublime Pico o Plaza del moro Almanzor, nombre del caudillo musulmán que se
hizo fuerte en estas sierras, y objetivo de los numerosos montañeros que
recorren estos parajes. En su entorno se erigen también las afiladas agujas o
cumbres que configuran el Circo. Todo un paisaje modelado por el hielo de los
glaciares que estuvieron presentes aquí hace miles de años hasta perfilar lo
que ahora se contempla. Gredos, corazón
pétreo de España, como lo definiera Unamuno, majestuoso, alma del montañismo, que también
se ha cobrado su tributo. La montaña es belleza y traición. Gredos, con sus
nevadas cumbres, su rigor invernal gran parte del año, estremece y excita a la
vez. Esos picachos que se recortan y elevan en el azul del cielo como plegarias
de frío y fuego o envueltos en algodones sucios que gritan la cólera de Dios o
traspasan las brumas que bajan al fondo del glacial como suave manto
difuminado, fascinan a los hombres como las leyendas que sobre estas montañas
se cuentan, tierras habitadas por monstruos y seres malignos según la superstición.
Gozando de esta visión, vuelvo los ojos hacia
el camino ya recorrido y encamino mis pasos hacia el punto de partida,
descendiendo entre piornos, piedras graníticas y pastos cervunos.
Atrás queda la realidad del lugar, conmigo
baja la imagen gravada a fuego de la misma y el pensamiento de si será la
última vez que vuelva. De todas formas sólo Dios tiene la respuesta.
Con el poeta canto:
“ Si quieres saber qué es bueno
y pasar la pena negra,
vete a los montes de Gredos
y lleva poca merienda.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario