La mañana es espléndida, el tibio sol va descubriendo el paisaje siempre verde de estas benditas tierras. En poco tiempo llegamos a la capital. las campanas de las iglesias y de la Catedral saludan a las riadas de peregrinos que por todas las calles y desde todos los sitios afluyen a su plaza central: la Plaza del Obradoiro, el corazón de Santiago de Compostela.
La fachada barroca de la Catedral, cuyo origen se remonta al siglo IX, presidida por dos grandes torres y un templete enmedio, enmarca el punto Este de la Plaza. Al Oeste el Palacio de Rajoy, sede del Ayuntamiento. Al Sur, el Colegio de San Jerónimo y al Norte, el Hostal de los Reyes Católicos, cumbre del plateresco.
El Pórtico de la Gloria recibe el caminante-peregrino después de subir las soberbias escalinatas de la plaza. Al entrar nos aparece en toda su inmensidad esta Catedral con su nave central de bóbedas de cañón. Al fondo, el Apóstol Santiago sobre una columna, recibe a los peregrinos que postrados ante él realizan sus particulares peticiones.
Llega el momento de la partida, vamos dejando atrás toda la monumentalidad visionada y en la mente de cada uno de nosotros permanecerá este recuerdo cargado de emoción y espiritualidad.
El camino a nuestra tierra se hace lento, pesado. Hay deseos de llegar pronto. Amenizado por cantos, rezos y algunas obligadas paradas vamos recorriendo poco a poco el trayecto. El final de esta convivencia ha concluido. Cada uno obtendrá de ella sus propias conclusiones. He dicho.
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