En mi casa ya hemos montado el Belén como todos los años ( el de las
fotos). La ciudad ahora huele a Navidad, ya se montan los nacimientos de
sueños. Y en la memoria el recuerdo de los nacimientos de infancia con
todas las figuritas, no recuerdo cuántas. Amontonadas en una caja de
cartón en el desvencijado desván, abandonan su letargo anual y cobran
vida en la mente de la infancia; de la infancia que tuviste.
Por eso, un Belén siempre lo monta un niño. Los niños no siguen las pautas de los mayores; ellos saben el lugar adecuado a cada figura, porque, en realidad, detrás de un nacimiento siempre hay un niño, ese niño que todos llevamos dentro y al que nunca dejaron montar un nacimiento. En estos días volvemos al niño que fuimos y lo utilizamos para hacer aquello que nunca nos dejaron: un nacimiento, un Belén.
No nos convirtamos estos días en seres mayores increyentes y pensemos que no existe nada fuera o más allá de este mundo material, fuera o más allá de la realidad mundana y humana; que no pensemos que todo el universo que nos rodea y del que formamos parte es pura casualidad, puro azar; que no existe ni un ser trascendente al mundo y al hombre, ni un espíritu o un alma inmortal; que el hombre vive y muere al igual que todos los demás seres vivos y que a su muerte no sobrevive nada de él; que él no es un fin o un destino trascendente, sino sólo el fin que se da y que se extingue con su muerte.
Que siga todo así, que juguemos a creernos que las montañas no son papeles arrugados, que las estrellas pegadas en un firmamento azul son verdaderas, que el papel de plata es efectivamente un río donde las lavanderas lavan la ropa, que los pastores cuidan auténticos rebaños, que los Reyes Magos montan genuinos camellos, etc y que el portal es un establo con el calor de los animales- un buey y una mula- que sirvió de cobijo al hecho más transcendente de la humanidad: el Nacimiento del Hijo de Dios. Que no nos quiten esta ilusión de infancia, de nuestra infancia rememorada.
Por eso, un Belén siempre lo monta un niño. Los niños no siguen las pautas de los mayores; ellos saben el lugar adecuado a cada figura, porque, en realidad, detrás de un nacimiento siempre hay un niño, ese niño que todos llevamos dentro y al que nunca dejaron montar un nacimiento. En estos días volvemos al niño que fuimos y lo utilizamos para hacer aquello que nunca nos dejaron: un nacimiento, un Belén.
No nos convirtamos estos días en seres mayores increyentes y pensemos que no existe nada fuera o más allá de este mundo material, fuera o más allá de la realidad mundana y humana; que no pensemos que todo el universo que nos rodea y del que formamos parte es pura casualidad, puro azar; que no existe ni un ser trascendente al mundo y al hombre, ni un espíritu o un alma inmortal; que el hombre vive y muere al igual que todos los demás seres vivos y que a su muerte no sobrevive nada de él; que él no es un fin o un destino trascendente, sino sólo el fin que se da y que se extingue con su muerte.
Que siga todo así, que juguemos a creernos que las montañas no son papeles arrugados, que las estrellas pegadas en un firmamento azul son verdaderas, que el papel de plata es efectivamente un río donde las lavanderas lavan la ropa, que los pastores cuidan auténticos rebaños, que los Reyes Magos montan genuinos camellos, etc y que el portal es un establo con el calor de los animales- un buey y una mula- que sirvió de cobijo al hecho más transcendente de la humanidad: el Nacimiento del Hijo de Dios. Que no nos quiten esta ilusión de infancia, de nuestra infancia rememorada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario