EL VALLE EN FLOR
La primavera se engalana, como niña mimada, cada
año cuando visita el Valle del Jerte. Es la nevada floral de los
cerezos que pueblan este Valle. Corretea juguetona en las cumbres a
veces encanecidas por las nevadas frías y divinas y desciende,
divertida, patinando en torrenteras de espuma que brillan como espejos
en los canchales llenando el aire de susurros y de música. Se mezclan
así la blancura helada y la nevada floral que cada año se instala en
los miles de cerezos.
Recorro cada
año este Valle en estas fechas y cada vez descubro algo nuevo, algo que
me maravilla porque caminar entre las nieves de la flor, para admirar en
solitario las sábanas blancas de flores tendidas al sol, percibir el
vivo olor acompañado de la música del agua al discurrir, de pájaros y
abejas; contemplar las manos blancas que se alzan en un cielo azul o
plomizo con sus infinitos dedos albos plenos de vida, es un espectáculo
deslumbrante, un divino regalo del cielo. Estos días de primavera, de
flores y nieves, de blancos y verdes, de cascadas y cantos, bajo el
manto del azul intenso o ribeteado de nubes, no pueden ser más hermosos y
gratos para este entorno paradisíaco que hace honor al lema de
Plasencia “ut placeat Deo et hominibus”
Por los rincones del Valle,
el milagro de la creación.
Ha tomado ya la esencia el cerezo,
la luz en sangre;
crece la vida en él.
Estrella alba, al límite, el goce,
pulcra explosión,
destello en blanco
©Antogar
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