jueves, febrero 26, 2009

Dia de excursión

El día era azul, el viento sesteaba y el sol se había apoderado del día e invitaba a todos a participar de su particular periplo por el cielo. Castigaba suavemente y reverberaba su luz sobre los espejos de hielo y nieve que cubrían la sierra de Béjar, la Covatilla, en la mañana del martes.
Con estas agradables sensaciones disfrutábamos la mañana, unos amigos.


Luego de visitar pueblecitos como La Hoya ( lugar de acceso a la estación de esquí de la Covatilla) y Navacarros, cuajados de casas rurales con nombres como El Balcón del Pueblo o barrios como el de Las Pulgas, emprendimos la marcha hacia la típica localidad de Candelario.



Candelario, CONJUNTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO, con sus famosas batipuertas es un bonito pueblo de montaña con construcciones típicas y donde, según el dicho, "se atan los perros con longanizas", para significar el auge que tuvieron las fábricas de embutidos como la de El Tío Rico, heredero de Juan Rico inmortalizado por Francisco Bayeu, pintor zaragozano del siglo XVIII en un cuadro tiulado EL CHORICERO DE CANDELARIO.
Después de gozar de una excelente comida en este lugar y de un recorrido por el pueblo admirando sus calles por las que corre el agua pura y fría que viene del deshielo del as montañas, emprendimos la marcha hacia la capital de la comarca, Béjar, con sus murallas del siglo XI. En el siglo XIII, Alfonso VIII le concede el fuero. En ella han convivido culturas como la musulmana, la judía y cristiana. Muy conocida por sus antiguas fábricas de paño.

Seguimos hacia Puerto de Béjar y de ahí por carretera de montaña, vemos emerger poco a poco las montañas cubiertas de nieve que más pareciera harina esparcida en los belenes de Navidad. A sus pies el pueblecito de La Garganta , típica postal, allá al fondo contemplando en las alturas con un latir pausado, callado, como el dormir de lirios y prados inclinados, meditando su estrofa de primavera, en reposo ,resaltando en medio de un extraordinario paisaje. Vamos bajando entre castaños y robledales, ahora desnudos con sus ramas dibujando geometrías y entre los que se percibe el discurrir de múltiples regueros de agua fría y limpia. La vida está ahora aletargada. Nos adentramos en el pueblo. Un cartel indica la dirección del Pozo de la Nieve, pasamos junto a la Iglesia de la Asunción y tomamos la carretera que nos lleva a Hervás. El paisaje es un espectáculo y la vista se pierde en esta tarde suave de febrero.
Hervás ya lo hemos disfrutado numerosas veces y no nos detenemos en él. Su historia, museos y monumentos son de sobra conocidos, destacando su impresionante Barrio Judío que sobre todo hay que recorrer.
Cae la tarde, el horizonte engulle una naranja de fuego ya debilitada y las sombras de la, ahora,fresca noche se avecinan, cuando enfilamos la reciente Autovía A-66, Ruta de la Plata y ponemos dirección a nuestro punto de origen: Plasencia.

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