martes, marzo 11, 2008

Un niño chico

Juan va cambiando mucho, diría que cada día que pasa es un nuevo descubrimiento el que hace. Ya no es el bebé de hace un año al que sostenía en brazos, al que acunaba como pajarillo en el nido, al que el balanceo convertía en planeo de avión, al que nada sobresaltaba, al que no se movía apenas.

Hoy comienza ya a juguetear, a corretear. Anda solo, ligero, con un vaivén, a veces, como frágil árbol mecido por una leve brisa. Su cuerpecillo, fuerte, resiste los embates contra el suelo. Busca apoyos - la pared, una mesa, silla...- , se incorpora raudo y prosigue, incansable, corriendo. Hay en él como una exención de peligro para golpearse, darse coscorrones, sin dejar de situarse en el centro de todo. Una suerte de resorte parece ponerse en marcha para compensar el " no ver el peligro" Mira los objetos, balbucea algo y su dedo índice recorre el espacio como flecha audaz lanzada hacia ellos. Luego, exhausto, después de largas carreras, en sus rubios cabellos brillan gotas de sudor, a la vez que su respiración se agita con el resuello de un corredor después de una carrera. Pero...

Y su sonrisa es la flor abierta
que desvela la inocencia de su alma

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