
Invitado por el CEIP “El Pilar” de Plasencia, acompañé el jueves a los alumnos de 5º y 6º y a mis amigos y antiguos compañeros, los maestros y maestras a esta actividad extraescolar. Con ellos he compartido una agradable jornada.
El autobús que nos lleva ronronea diligente a las puertas del centro escolar mientras van llegando los alumnos con sus padres que acuden a despedirlos en una mañana de nieblas obstinadas que nos acompañarán durante todo el trayecto y nos privarán de la contemplación del paisaje de los llanos de Cáceres y de las dehesas. La chiquillería con sus cantos, ruidos, gritos van acortando el tiempo de viaje que se hace un tanto pesado aunque las carreteras están en buenas condiciones. De trecho en trecho van apareciendo y desapareciendo los bancos neblinosos dejando ver un cielo azul y claro que acabará por imponerse a lo largo del día dejándonos disfrutar del paisaje en todo su esplendor.
Pasado Cáceres, enfilamos la carretera que nos lleva al pueblo donde vamos, que aparece blanco de cal en medio del campo verde donde la vista se pierde en lejanía de las tierras del vecino Portugal.
Nuestra primera visita, después del amable recibimiento del guía local, es el Centro de Interpretación de la Naturaleza “EL PÉNDERE” ubicado en una antigua ermita del siglo XIII. Es un espacio donde se recrean diversos ecosistemas de la dehesa y la Sierra de S. Pedro en paneles y fotografías así como las variadas rutas de los entornos del pueblo.
Escogemos una de ellas, la llamada Ruta El Buraco que nos conducirá a la Cueva del Buraco y hacia El Mirador.
En la zona de alojamiento en que se recrean los típicos chozos de pastores, después de visitar uno de ellos construido a la antigua usanza y con las explicaciones del monitor, emprendemos la ruta señalada.
Franqueamos una cancela que da acceso al camino y avanzamos en un bosque de jaras y alcornoques, cantuesos y lentiscos, por una pendiente que se va haciendo cada vez más pronunciada. El buen clima que tenemos a pesar de ser el mes de febrero hace que disfrutemos ya de los preludios de la primavera; lo que se nota en el florecimiento de la jara, cuyos pétalos blancos y esplendentes parecen níveos algodones puestos en una alfombra verde, y en el calorcillo que vamos percibiendo conforme avanzamos, la cuesta se hace más empinada. Sudores, fatigas, resuellos, gritos y algarabía de los chiquillos,- como si de una liberación hormonal se tratara- se mezclan mientras nos acercamos a la Cueva de Buraco. A todo esto, el paisaje que vamos viendo se hace más vistoso e interesante. La cueva es un orificio sobre un risco de unos 10 m. de profundidad, según la información. Lugar estratégico de amplia divisoria, buen asentamiento y donde aparecen señales de pinturas rupestres, bastante deterioradas y sin protección.
Continuamos el ascenso por un estrecho y tortuoso sendero de piedras, bordeando los riscos que nos lleva a coronar estos picos. El ascenso nos permite ampliar la panorámica. En la cima se asienta un castro celta llamado de Cabeza del Buey y en su parte más alta El Mirador desde donde la panorámica de 360 grados en este día, ya despejado y soleado, pone ante nuestros ojos la contemplación, en toda su grandiosidad, de la dehesa y tierras allende la raya hasta que la vista se pierde en lontananza.
Luego, emprendemos el camino de regreso. Cuesta abajo se hace más llevadero, el tono se alivia y el ritmo se hace más ligero. El día cada vez más transparente huele a tomillo. Abajo nos esperan los “suculentos” bocadillos y el descanso y relax que nos ayuden a recuperar fuerzas para afrontar luego la última ruta de nuestro programa.
Todos en el autobús que nos lleva al inicio de la última parte de nuestro recorrido, emprendemos un breve paseo para visitar el dolmen de pizarras Laguna III, según parece el mejor conservado sobre un pequeña atalaya y que nos pone en visualización con los riscos y la Cueva del Buraco.
Desde aquí emprendemos el camino de regreso sobre las seis de la tarde. Enfilamos la carretera que nos lleva hasta Cáceres y poco antes de llegar tomamos la nueva Autovía A-66 o de la Ruta de la Plata que nos conducirá en poco tiempo a Plasencia. Han sido doce horas fuera de casa con un grupo de 50 alumnos a cargo de dos maestras y dos maestros que, como siempre, han tenido la responsabilidad de que todo funcionara bien y de solventar los inevitables problemas que siempre se dan en estas concentraciones de personas. Su aguante, su capacidad, su celo profesional, su voluntad – no siempre recompensada- que les lleva más allá de sus obligaciones, muchas veces, hacen que la sociedad deba tener siempre con ellos una deuda de gratitud y de reconocimiento.
Ha sido un día importante. ¡Hasta otra vez!
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