En el
año 2012 se instituyeron los Premios San Fulgencio del Excmo. Ayuntamiento de
Plasencia para resaltar lo que muchas personas e instituciones hicieron
y hacen bien en sus oficios, privados y públicos en beneficio de la
ciudad desde diferentes ámbitos : culturales, sociales, políticos
económicos, etc;
Pero, al igual que sucede con otros tipos de premios más institucionalizados, estos eventos tienden a convertirse en algo rutinario, en algo acostumbrado llevados por la inercia de su propia creación a los que hay que dar fehaciente cumplimiento sin importar los fines originarios de sus creación. No importa a quién o quienes se les otorgue, su número y consideración, sólo importa el hecho de concederlos y en el número previamente determinado. Nada de reflexión. Y valdrá cualquier justificación que provenga de intereses partidarios para dar el beneplácito oficial a su concesión. Todo menos declararlos desiertos o incompletos a riesgo de caer en la mediocridad más patente y ominosa.
En las tres ediciones que van, es fácil deducir que son varios los que sobran en su concesión y muchos más los que no están entre los que lo merecen; no cabe duda de que si las concesiones se hicieran de una manera más reflexiva y estudiada, los resultados serían hoy día más ecuánimes, más ponderados, más justos. Todo ello en aras de la consecución de los fines para los que fueron creados.
Estos premios y otros muchos más de los institucionalizados son el referente de la ostentación de una práctica poco prudente y nada pudorosa y poco callada sin algazaras ni celebraciones que más que ensalzar las supuestas virtudes de los premiados, tienden a convertirlos en farisaico boato y exhibición de impostada probidad.
Refrénense las aprobaciones y reflexiónese sobre todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir en sus concesiones y celebraciones y ahóndese en los fundamentos objetivos que deben llevar a su beneplácito aún a riesgo de no encontrar, en un momento determinado, a nadie que pueda ser merecedor de tal distinción.
Pero, al igual que sucede con otros tipos de premios más institucionalizados, estos eventos tienden a convertirse en algo rutinario, en algo acostumbrado llevados por la inercia de su propia creación a los que hay que dar fehaciente cumplimiento sin importar los fines originarios de sus creación. No importa a quién o quienes se les otorgue, su número y consideración, sólo importa el hecho de concederlos y en el número previamente determinado. Nada de reflexión. Y valdrá cualquier justificación que provenga de intereses partidarios para dar el beneplácito oficial a su concesión. Todo menos declararlos desiertos o incompletos a riesgo de caer en la mediocridad más patente y ominosa.
En las tres ediciones que van, es fácil deducir que son varios los que sobran en su concesión y muchos más los que no están entre los que lo merecen; no cabe duda de que si las concesiones se hicieran de una manera más reflexiva y estudiada, los resultados serían hoy día más ecuánimes, más ponderados, más justos. Todo ello en aras de la consecución de los fines para los que fueron creados.
Estos premios y otros muchos más de los institucionalizados son el referente de la ostentación de una práctica poco prudente y nada pudorosa y poco callada sin algazaras ni celebraciones que más que ensalzar las supuestas virtudes de los premiados, tienden a convertirlos en farisaico boato y exhibición de impostada probidad.
Refrénense las aprobaciones y reflexiónese sobre todas las inercias y descuidos que necesitamos corregir en sus concesiones y celebraciones y ahóndese en los fundamentos objetivos que deben llevar a su beneplácito aún a riesgo de no encontrar, en un momento determinado, a nadie que pueda ser merecedor de tal distinción.
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