Hace unos días estuvimos de campo con unos amigos. Fue una jornada divertida, relajante, con aire primitivo. El lugar de lo más rústico, entre robles, con una casucha labriega exenta del menor lujo y comodidad en todo lo concerniente a estructura y mobiliario. El agua, el que fluía por una especie de regato a cuyos bordes acudían toda clase de hierbas.
Una de las experiencias más fascinantes que existen es la contemplación del fuego, de la lumbre devorando los troncos de madera y creando las brasas en las que se asaban las viandas que teníamos para comer. A él este texto:
Cual bárbaro animal crepita el fuegoy roe despiadado la madera
y lame la corteza blanquecina;
se desliza como lengua voraz,
chisporrotea sacudiendo estrellas
en firmamentos de luz,
avanza con ímpetu y destreza,
su rastro de cenizas, el recuerdo,
el pensar obnubilado
de los que lo contemplan
alrededor.
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