de barro, el cuerpo,
forrado por la sutil
porcelana del alma.
Arribé a las fuentes de la vida,
y en pétalos de suave carne
crecieron a miles las flores
para morir en manos extrañas.
El cansancio se hace dulce
en el regalo de afectos
pero siento las ilusiones de bosques
de almendros extraños
entre las risas crueles de mi destino.
El ánfora llora en silencio
el mapa de sus cicatrices.
© Antogar
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