Llueve en Plasencia y sobre Plasencia, sobre el río dormido que la abraza. Sus edificios y calles: catedrales, palacios, calles estrechas y solas, los árboles desnudos, sudan una pertinaz y fina lluvia neblinosa y se difuminan en ella como atravesados por una nueva etapa que sólo el invierno, atrayente, es capaz de dotar. La fría brisa recorre todos los rincones, la tarde se va lentamente y las brumas de la noche invade su belleza, o, acaso, la transforma para presentárnosla de otra manera para algunos más profunda y más sentida. ¿Será el principio de un invierno esperado?
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