viernes, marzo 24, 2006

La princesa de sonrisa feliz

Cuenta una antiquísima leyenda que en un lugar y tiempo no conocidos trabajaba una princesa de sonrisa feliz. Era tal la felicidad que irradiaba su rostro que todos los que compartían su compañía quedaban prendados de su contento. Ella, sabedora de sus cualidades, no dudaba en pavonearse delante de todos, con el fin de sentirse cada vez más lisonjeada.
Un maduro caballero pretendió sentirse favorecido por las atenciones y se ilusionó con ella, sin propender a nada más que a convertirse en el principal receptor de las atenciones de la princesa en su grado de verdadera amistad.
Viendo la princesa las aviesas intenciones que creyó adivinar en mencionado caballero, quiso apartarse lo más posible de él. El caballero, profundamente afectado por la interpretación torcida que la princesa había dado a sus atenciones, quedó sumido en una profunda tristeza. Nunca más lejos de él el hecho de querer afectar lo más mínimo a la princesa de sonrisa feliz. La pretendida amistad del caballero con la princesa había quedado en entredicho por la actitud errónea de ella al confundir las intenciones del caballero.
Un día el caballero quiso hacerle ver lo equivocada que estaba. Y, venciendo el temor a acercarse a ella sin que ella lo tomase como una afrenta, le entregó una carta con el ruego de que no la rechazase y que, si lo tenía a bien, le diese lectura cuando fuera su conveniencia. La carta contaba la historia de una mujer que compró una bolsa de galletas y se dispuso a comérselas sentándose en unos sillones de la sala de espera de un aeropuerto, junto a un hombre que también esperaba para coger un vuelo internacional.
Pues bien, cuando la joven se dispuso a comerse la primera galleta del paquete situado entre ella y el hombre, vio cómo éste también tomó otra. Indignada, sintió una gran rabia por el atrevimiento de aquel hombre, pero no dijo nada. Volvió a tomar otra y el hombre procedió de la misma manera, cogiendo también otra, a su vez. La rabia e indignación de la joven subió de tono, pero decidió no decir nada. Así fueron los dos comiendo las galletas hasta que al final quedó una en el paquete. Entonces, el hombre tomó la última galleta y la partió en dos quedando una de las mitades para la joven. Para ella esto ya era el colmo.
En aquel momento avisaron que el avión de la joven iba a despegar. Ella cogió su bolso y se dispuso a emprender el vuelo.
Ya acomodada en el avión, seguía pensando en la desfachatez y la caradura del hombre que se había comido las galletas. En un momento, abrió el bolso y se llevó una gran sorpresa; allí tenía íntegro el paquete de galletas que había comprado. Entonces pensó lo que había sucedido y es que las galletas que se había comido eran del hombre que estaba sentado cerca de ella. Sintió una gran vergüenza por el comportamiento y el pensamiento que había tenido. Pero…ya era tarde para pedir disculpas.
Cuando la princesa leyó la carta, comprendió lo que su compañero quería decirle con la misma. Desde entonces la confianza con él aumentó y nunca más volvió a pensar mal de él y sí en conservar y fortalecer cada vez más su amistad.

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