jueves, febrero 09, 2006

Monfragüe





Hoy ha sido un día maravilloso. He disfrutado, en solitario, del Parque, todavía natural, de Monfragüe. Cuando digo en solitario, no sólo me refiero a que he ido sin compañía, sino a que no había nadie, absolutamente nadie en el trayecto que he recorrido, que es el normal que los visitantes hacen.
Pasados los farallones del Salto del Gitano, dejo la carretera y me dispongo a subir al castillo que se divisa a lo lejos. Interno en el sotobosque mediterráneo voy ascendiendo lentamente superando la cada vez más empinada pendiente. Estoy en la solana y ante mí se extiende el bosque de encinas. Percibo a tope todas las sensaciones que la vegetación de la zona pone ante mis sentidos. Las rapaces planean sobre mi cabeza en los roquedos, las aguas plácidas del Tajo espejean y hasta veo entre los matorrales algunos ejemplares de ciervos que huyen veloces al oir mis pasos. Los ciento treinta y tres escalones que cuento hasta subir a la base del castillo hacen subir en mí el tono cardiaco a la vez que la respiración se vuelve más fatigosa. El espectáculo que contemplo a mi alrededor desde la torre del castillo es edénico. La tarde está algo tomada por una cortina de nubes y el sol se esfuerza por atravesarla. La temperatura es ideal y la soledad conmovedora. Exploro con fruición todos los espacios de mi entorno. Mi espíritu se eleva sobre el inmenso paisaje, sobre los cantos y los ruidos que producen las distantas clases de pájaros que rompen el elocuente silencio. Y, así, completamente extasiado, completamente abducido por esta naturaleza, paso cerca de una hora.
Luego, cuando la tarde comienza a apagarse y la luz se hace más limitada, me dispongo a continuar mi marcha por el itinerario de la umbría. Atravieso en zig zag los corredores abiertos en este impresionante y variado bosque de especies y por el sendero húmedo bajo camino de "La fuente del francés" pisando las huellas que han dejado en la tierra el hozar de los jabalíes y los cérvidos. En todo el trayecto de más de dos horas, no encuentro a nadie. En la fuente, bebo un poco de agua fría y descanso un instante. Luego emprendo, de otra manera, el camino hacia Plasencia, dejando atrás todo el encanto del parque.

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