La tarde es agria. Un aire cuasi polar azota el rostro y la sensación térmica es gélida. No obstante, salgo a disfrutar de mi casi diario paseo por el campo. El sol no se impone y una maraña cubre el cielo. Algunas aves de rapiña ¿vuelan? empujadas por el viento dando sensación de negros augurios cerniéndose sobre el paisaje. Algunas reses pacen lentamente los tiernos brotes de hierba nacida entre los roquedos. Los desnudos espinos se dibujan como puntas de flechas, añorando coronas. El camino ante mí aparece hollado por las pisadas del ganado y las rocas de las umbrías muestran el musgo amarillento. Hace tiempo que no llueve. Camino presto; unas veces al abrigo del viento entre canchales y alcornoques, con los restos de sus frutos como parva bajo los mismos, que muestran heridas antiguas, resquebrajados en sus troncos y ramas; otras veces, el aire que silba entre las hojas me arrebata y de cara me hace difícil el caminar. Durante más de una hora disfruto de estas adversidades que me recargan las pilas y me animan. Soy un ser solitario que disfruta así. Llego a casa, pletórico. Mañana, serán nuevas las sensaciones.
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